jueves, 15 de abril de 2010

Atardecer frente al Mar Imaginado. Canción para Nemo.




Me gusta que las nubes se muevan rápidas y mirarlas. En días así ellas hacen todo el trabajo de composición. Me gusta observar a los pájaros, ignorando sus especies igual que ellos me ignoran a mí. Describirlos al vuelo. Llamarlos con nombre de persona con la agradable certeza de que nunca acudirán.

Me gustan las tardes largas que mordisquean a la noche dejándola roída de estrellas. Me gustan las palmeras genuflexas a brisas encabritadas. Me gustan las hojas verdes (e inocentes) haciéndose negras (y malvadas) sin dejar de ser iguales: Hojas verdes e inocentes que se vuelven negras y malvadas.

Me gusta que el mar empiece a desdibujarse en la oscuridad viéndose obligado a definirse sólo con el ruído. Tremendo ruído ése, donde el leve roce termina siendo voz acumulada de cientos de murmullos / atronadora herida del silencio. De la que nace todo. Que dará paso a  sentir  vivo (y fuerte / y bravo / y furioso) lo que siempre ha rodeado esta isla, ese Mar Imaginado.

Me gusta la noche indefinida. Me gusta que se haga esperar como esa gran actriz que es,  debutante perenne de una sóla función. Me gusta que la luna y el añil convivan. Me gusta que el día muera lentamente dejando en herencia cuerpos celestes, gallos y salamanquesas. Manías.

Me gusta esperar sentado a que todo esto ocurra. Y no hablarlo con nadie. Como el aquel (´) que contemplaba absorto el cuadro mientras cientos de visitantes pasaban por delante de la pintura esperando que el arte los mirase a ellos. Y el arte no mira. Y el arte no ve. El arte es.

Me gusta cerrar el libro cuando las últimas palabras se hacen ilegibles por la falta de luz y continuar la historia con la historia cerrada sobre las rodillas. Me gusta cerrar los ojos cuando todo se vuelve sombra e iluminar ideas brillantes con bombillas amarillas de feria. De feria vacía de gente. Verbena reventada. El gusto de la paz. Calles llenas de papeles. Un balcón.

Me gusta dormirme con el ocaso inyectado en la vena. Vacuna contra la monotonía de los que  solamente ven monotonía.  Me gusta oír a mis amigos alrededor pasándose la botella marrón fresca y comunitaria, arrojándose el sol los unos a los otros como un balón naranja.  Una  broma de fuego. Saberme seguro entre ellos que gritan y ríen y siempre tienen oídos para mis silencios y brazos para mis navegaciones.

Me gusta sentir a Nemo decir que no hay mejor sitio para estar que en Isla Mundo. Y verlo abrir los brazos fiero y vociferar suave de placer como el gato de Kerouac. Aggghhh...poyar  luego la cabeza en el hombro de la estética parsimoniosa (o de un pirata amigo) y sonreir satisfecho de haber visto caer otra moneda ardiendo en la hucha del horizonte. Montañas lejanas y ajenas son su alcancía. ... Que no hay sitio mejor que éste. Él, que ha recorrido el mundo entero y sus excelencias. Y que siempre vuelve, con una historia  traducida de regalo, a ver nuestras caras de sorpresa ante los prodigios exteriores, sin dejar de contar en la lontananza su capital en soles, repasando, tarareando muy tranquilo, su cartilla de rimas preferidas en el banco del viejo molino de viento.     


Me gusta que las noches sean cuevas y durmiendo volver a ser como fueron los primeros hombres. Me gusta que las palabras sobre la tarde vayan languideciendo hasta no decir nada, aunque sigan sonando lejos, ya poco. Ya nada.

Me gusta. Eso es todo, quería decírtelo antes de que anocheciera.








1 comentario:

  1. gracias por tan bello paseo de sentires y raíces, un placer leerlo a usted.

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