martes, 24 de abril de 2012

O ALGO ASÍ


Traje de bucear.
1000 metros bajo el mar.
Caída al abismo.
Agujero negro de barro.
10.000 metros bajo el lodo.
Y bajando.
Todo oscuro. Los oídos taponados.
La presión revienta mis órganos vitales.
100.000 metros bajo mi cuerpo.
Lo que queda de mí sigue profundizando.
Visión aniquilada. Ni hay hay azules, ni hay ojos, ni hay nada.
Un millón de metros bajo la vida.
Mi alma sigue descendiendo.
La planta de los pies del corazón.
[ Entiéndase como metáfora; el verdadero corazón estalló como  una bomba silenciosa de sangre y metralla de carne, en medio del agua, big bam rojo, 
muchos, muchos metros atrás. Sin poder aguantar la presión. 

Las plantas del pie del corazón tocan por fin el fondo del mar
Es un suelo resbaladizo; fangoso; blando para que jueguen los niños.
La sensación es agradable. La profundidad insoportable para cualquier atisbo de vida común.
Me zarandeo como un espíritu de algas - algo así- .
Los peces pasan rozando mis sentimientos más sublimes;
y son feos, casi monstruosos. ¿Lo son porque están vivos?
La pregunta me hace hombre, la pregunta se clava en el corcho del anzuelo, apunto estoy de salir a flote.
No quiero.
No puedo.
Soy un alga en el fondo del mar. Hay figuras mitológicas con gafas de sol y coches descapotables.
De paso.
Soy nada en el fondo del mar. Un pequeño movimiento producido por la corriente marina,
una imperceptible agitación en las hojas de mis dedos ---  siempre hojas, siempre mis dedos.
Soy un alga a 100.000 kilómetros de la superficie.
He dejado mi cuerpo colgado en el armario de la profundidad.
He tocado fondo.
He descalzado mi ser.
He mirado hacia abajo.
No veo nada.
No soy nada.
Un alga. Un alga pequeñita golpeada por toda la furia del mar. Y sin embargo, a salvo.
O algo así.


    

lunes, 9 de abril de 2012

Adivina con quién me encontré



En ocasiones, el oleaje deja varadas en la arena de la playa criaturas exóticas; fuera de toda realidad. 
Seres legendarios que en los lugares más recónditos se encuentran y se reconocen.  Como planetas fuera de su esfera, como órbitas que no se deberían cruzar. Ojos azules de hada, y alas batiéndose fuera de la red. El centauro parece un hombre detrás de la valla, a veces lo llaman Hipólito.
Si por medio del azar hay un espejo y una poetisa polaca; la casualidad deberá ser doble, triple, y hasta óctuple. Calidoscópica, al fin. 

Te dejas las barba hasta las rodillas. Y te sientas a mirar al mar.
Mientras tu otro yo juega con cámaras y luces a ser cosas distintas; haciendo alambres por la realidad, mordiendo en equilibrio la barra de un bar, caminando con las eses en las uves, defendido en las bes, las erres y las aes.
Y tu yo verdadero no se mueve ni un ápice, ni deja tu pupila verdadera de clavarse imantada al horizonte (y te hablan, y te hablan...); quieta, detenida, raptada, secuestrada por la belleza de un punto: de un solo punto incierto de la lejanía. Allá donde las miradas perdidas se cruzan dedicándose a coser el cielo y la tierra, con puntadas pequeñas, con hilos de vida / retales de eternidad. Qué tontería tan grande, un retal de eternidad. Qué estupidez.

Te dejas caer sentado en la arena. Y abres las piernas, los brazos y los pies. Y te ríes. Porque nadie te ve caerte de culo. Y te ríes hondo más de tu propia torpeza, de la torpeza de ser un hombre en este mundo. De la continúa equivocación que supone el sentir. De la infinita necedad de tratar de comprender, ¿por qué el cancrejo es naranja, por qué quema la arena, por qué brilla la sal, por qué con diez dedos queremos contar más de diez, por qué con un solo corazón queremos bombear el valle entero?
Te ríes, casi llorando, de lo lejos que estás (y te hablan, y te hablan...) y lo pronto que llegas a ese lugar dónde está todo el mundo. Donde está todo el mundo sin estar.
Y entonces la risa se convierte en carcajada porque te das cuenta de que todo el mundo se deja crecer la barba y se sienta a mirar al mar. Y espera, y sigue esperando siendo otro (al que le hablas, y le hablas...), a que llegue el momento de levantarse y echar de una puñetera vez a andar.

Y un domingo cualquiera, mientras afeitas tus barbas,  

... el azar te mira profundamente a los ojos.* 

Y te quedas con las ganas de darle las gracias por haberte presentado a Wislawa Szymborska *. Y de decir que no sabías que tenía los ojos azules; los ojos tan azules de hada.