El perro flaco miró tiernamente a la única pulga de la isla que aún no se había unido al festín de su carne. Daba lástima la pulguita, la más canija y esmirriada de todas, de patas cortas y averiadas, y una mierda de trompa. Con gafas de carey y pánico a la sangre. Pulga común, especialista en nada. La única pulga que no podía picar al perro flaco porque cada vez que pretendía saltar rodaba. El más torpe e inepto insecto sin alas. Tarásito, transmisor sólo de pena. Insignificante y sensible; deprimid&nhelante de parabrisas [golpe] y primavera.
Decía que. El perro flaco miró con sus ojos infinitamente tiernos a la pobre pulga que aún no le mordía (y lo intentaba dando patéticos saltitos a su alrededor, tropebrincos y cabricornadas), flexionó sus largas y delgadas patas de perrillo corredor, y acercándole la oreja, plataforma de pelo, alfombrilla rosa de can, convidó a la pulga a subir y a tomar un chupito de su sangre triste, mas caliente y alimenticia. Chsssssssssss, chsss.
Luego que el refrán se hubo cumplido en su cuerpo y por sus venas, el perro flaco rascó sañudo su lomo contra la corteza de un árbol grande como costumbre añeja. Y echó a correr rabioso por la selva para morder a Esopo, o a la vida, o a la puta que lo parió, que diría Sancho. A morder el aire, en definitiva, que va lleno de culpables.
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