Traje de bucear.
1000 metros bajo el mar.
Caída al abismo.
Agujero negro de barro.
10.000 metros bajo el lodo.
Y bajando.
Todo oscuro. Los oídos taponados.
La presión revienta mis órganos vitales.
100.000 metros bajo mi cuerpo.
Lo que queda de mí sigue profundizando.
Visión aniquilada. Ni hay hay azules, ni hay ojos, ni hay nada.
Un millón de metros bajo la vida.
Mi alma sigue descendiendo.
La planta de los pies del corazón.
[ Entiéndase como metáfora; el verdadero corazón estalló como una bomba silenciosa de sangre y metralla de carne, en medio del agua, big bam rojo,
muchos, muchos metros atrás. Sin poder aguantar la presión.
Las plantas del pie del corazón tocan por fin el fondo del mar
Es un suelo resbaladizo; fangoso; blando para que jueguen los niños.
La sensación es agradable. La profundidad insoportable para cualquier atisbo de vida común.
Me zarandeo como un espíritu de algas - algo así- .
Los peces pasan rozando mis sentimientos más sublimes;
y son feos, casi monstruosos. ¿Lo son porque están vivos?
La pregunta me hace hombre, la pregunta se clava en el corcho del anzuelo, apunto estoy de salir a flote.
No quiero.
No puedo.
Soy un alga en el fondo del mar. Hay figuras mitológicas con gafas de sol y coches descapotables.
De paso.
Soy nada en el fondo del mar. Un pequeño movimiento producido por la corriente marina,
una imperceptible agitación en las hojas de mis dedos --- siempre hojas, siempre mis dedos.
Soy un alga a 100.000 kilómetros de la superficie.
He dejado mi cuerpo colgado en el armario de la profundidad.
He tocado fondo.
He descalzado mi ser.
He mirado hacia abajo.
No veo nada.
No soy nada.
Un alga. Un alga pequeñita golpeada por toda la furia del mar. Y sin embargo, a salvo.
O algo así.